Testimonio de Virgilio Ruiz, el pionero número trece de Honduras

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Virgilio Ruiz, al lado de su esposa, Lidia Medina de Ruiz.

Yo tenía 20 años cuando conocí la Iglesia. Había buscado la verdad por mucho tiempo antes de bautizarme en 1953.


Desde joven traté de acercarme a Dios, y empecé a buscar la verdad, mas no la encontraba.

 

Cuando tenía 20 años, conocí la Iglesia. Esto fue en el año de 1953. Este Evangelio llenó mi corazón. Era lo que había estado buscando y no sabía en dónde encontrarlo. Me bauticé y me convertí en el décimo tercer miembro de la Iglesia en Honduras.

 

No teníamos un edificio construido; asistíamos a una casa rentada en la subida al parque Finlay, en el centro de Tegucigalpa. Las reuniones de la Iglesia no estaban integradas en un solo día como ahora. La Escuela Dominical era los domingos por la mañana, y volvíamos en la tarde para la reunión sacramental. Durante la semana se tenían otras reuniones, como la Mutual para la juventud, la Primaria y la Sociedad de Socorro.

 

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Virgilio Ruiz y su esposa, Lidia. El hermano Ruiz relata que una de las mayores bendiciones del Evangelio es saber que las familias pueden ser eternas.

Fue en 1964 cuando anunciaron que se construiría el primer edificio de la Iglesia en Tegucigalpa. Esta noticia nos llenó de alegría. Para ese entonces, había 27 miembros asistiendo regularmente. Todos ayudamos a construir el edificio. Las hermanas ayudaban de muchas formas, como lavar la ropa de los misioneros. Recuerdo que mi amada esposa, Lidia Medina, disfrutaba mucho de prestarles ese servicio.

 

Ahora, mi esposa y yo tenemos seis hijos, 18 nietos y 11 bisnietos. Hemos permanecido fieles en la Iglesia. Estoy tan agradecido porque este Evangelio nos da la posibilidad de llegar a ser familias eternas. Nos da la comprensión del plan de salvación. En esta, la Iglesia del Señor, aprendemos que Cristo mismo nos salvó de la muerte, y que por Su expiación podemos llegar a ser salvos.

 

Amo este Evangelio con todo mi corazón.

 

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