Cuando estábamos recién casados, en una reunión el presidente de estaca nos invitó a que nuestra fe fuese tan grande que pudiera alcanzar para llenar todas las casillas de la boleta de donativos.
Conversamos el tema y decidimos que nuestra familia siempre aportaría a las ofrendas de ayuno. Cada domingo de ayuno alguna dificultad nos hacía dudar si tendríamos la capacidad económica de dar nuestra ofrenda. En esos años teníamos pocos recursos, pero nuestra gratitud nos permitió ver que a pesar de lo poco que pensábamos que donábamos, el Señor miraba que era todo lo que podíamos dar. Siempre bendijo nuestra vida con salud, nuestra mesa con alimento y nuestros trabajos con estabilidad, sumado a buenos hermanos que siempre vimos como ángeles que el Señor envió para bendecirnos en nuestras necesidades.
Al pasar los años, el Señor ha dado respuesta a las peticiones de nuestros ayunos, pero más que eso hemos aprendido que ser fieles a la ley del ayuno es vivir la religión pura. Ofrecer nuestro ayuno por las necesidades temporales, físicas o espirituales de nuestros seres amados (amigos, familiares, líderes) fortalece nuestro compromiso de hacer nuestro aporte. De esta manera se hace posible visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones a través de nuestro presidente de cuórum de élderes, presidenta de Sociedad de Socorro o nuestro obispo cuando atienden los temas de bienestar de nuestro barrio.
Ahora que tenemos hijos queremos que ellos aprendan viendo que nuestra fe debe ser tan grande que alcance para llenar todas las casillas de la boleta. Por medio de la tecnología, ahora hacemos nuestros donativos en línea, pero siempre nos reunimos como familia y todos sabemos cuánto se donará de ofrenda y siempre platicamos de cual será nuestro propósito del ayuno.
Testificamos que conforme decidimos compartir nuestros recursos, el Señor bendecirá siempre nuestras vidas y que, con la diligencia y fe, nuestras limitaciones irán disminuyendo y nuestras oportunidades de aportar a las ofrendas de ayuno aumentará. Testificamos que somos miembros de la Iglesia de Jesucristo y Él nos dio el ejemplo de pensar no solo en nosotros, sino también recordar a nuestro prójimo. Al pagar nuestras ofrendas andamos “como Él anduvo” (1 Juan 2:6).