Recuerdo la entrevista que sostuve con una joven mujer años atrás. Ella era una madre y esposa dedicada que enfrentaba grandes desafíos. La persona a quien más amaba era abusiva y tenía que lidiar con sus propios desafíos. Esta dulce mujer era una pacificadora, siempre perdonando. Sin embargo, ahora se encontraba al límite de su capacidad para soportar sus desafíos.
Mientras conversábamos, las enseñanzas de Nefi llegaron a mi mente. Poco después de llegar a América, él testificó del nacimiento y crucifixión del Salvador: “He aquí, lo crucificarán; y después de ser puesto en un sepulcro por el espacio de tres días, se levantará de entre los muertos, con salvación en sus alas; y todos los que crean en su nombre serán salvos en el reino de Dios. Por tanto, mi alma se deleita en profetizar concerniente a él, porque he visto su día, y mi corazón magnifica su santo nombre. (2 Nefi 25:13)
Creo que es importante entender el contexto en que habla Nefi.
El primer libro de Nefi abarca la partida de la familia de Lehi de Jerusalén, su viaje por el desierto, y su travesía por el mar hacia la Tierra Prometida. Al inicio del segundo libro de Nefi, su padre muere y sus hermanos aumentan la persecución hacia él y hacia aquellos que escogieron seguirlo. Finalmente, el Señor le advierte a Nefi que huyan al desierto a fin de salvar sus vidas.
Debido a toda esta adversidad, Nefi depende completamente del Señor para salvarse a sí mismo y aquellos a quienes amaba. El testimonio de Nefi respecto a Jesucristo se ve fortalecido. Algunas de las más bellas enseñanzas acerca de nuestro Salvador y Redentor se encuentran en Segundo Nefi.
Entre otras cosas, aprendemos que Jesucristo sufrió el dolor de cada criatura viviente. Aprendemos que toda persona será aliviada de cualquier dolor—no solo de los pecados, sino que de cualquier pena y herida, tanto física como emocional (vea 2 Nefi 9:21; Mateo 8:17). Él sufrió todo dolor, hambre, sed y fatiga (Mosiah 3:7).
Mientras compartía mi testimonio con aquella joven madre que sufría tanto a causa de un miembro de su familia, ella se dio cuenta que si dirigía su mirada hacia el Salvador, Él finalmente la sanaría. De la misma manera, testificó Alma a su hijo Helamán, que después de que él suplicó el perdón del Salvador, “…ya no pude recordar mis dolores…” (Alma36:19).
Cristo es el bálsamo sanador que pondrá fin a toda tristeza y a todo dolor. Él no solo perdona y sana al pecador arrepentido, sino que Su gracia es suficiente para sanar a todos los que han sido lastimados por el pecado. Invito a todos, tanto al pecador como a la víctima, a poner sus cargas sobre Él. (Vea Mateo 11:28) Les prometo que Él es pronto para escuchar las oraciones de Su pueblo, y está lleno de misericordia y paciencia para con todos (Vea Alma 9:26).
Él no busca condenarnos, sino sanarnos. Es irónico que el mismo dedo que dibujó en la arena mientras los demás buscaban condenar a una mujer arrepentida, fuera el mismo dedo que escribió la ley sobre las tablas que se dieron a Moisés. El autor de esa ley no deseaba condenarla, sino sanarla.
Testifico que una vez que se borren los dolores y los pecados de nuestro corazón y nuestra mente, testificaremos que no hay “nada tan exquisito y dulce” (Vea Alma 36:21). Nosotros seremos literalmente nuevos en Cristo ( Vea 2 Corintios 5:17).