¿Dónde estás que no te siento? 

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¿Alguna vez en el transcurrir de nuestra vida nos hemos sentido solos? ¿Quizá estando rodeados de gente que nos ama, la soledad y un sentimiento de abandono o incertidumbre ha inundado nuestro corazón? 

A los 12 años empecé a presentar cuadros de ansiedad y posteriormente de depresión. El peso de estas pruebas me hizo sentir que era mucho más de lo que yo podía resistir y no entendía por qué esto me pasaba a mi corta edad. 

Mi padre me dio varias bendiciones del sacerdocio, escuché palabras de ánimo de seres queridos y oré muchas veces rogando para poderme soltar de esa fuerza que sentía que me tenía prisionero. Varias veces a la luz de un bombillo rojo, que me ponían para que me pudiese dormir pregunté: ¿hasta cuándo Señor?, pero un silencio sombrío inundaba mi corazón. 

El tiempo fue pasando y después de una terapia intensiva con un psiquiatra, ser medicado y el apoyo continuo de mis padres, comencé a ver pequeños destellos de luz dentro de esa habitación obscura en la que mentalmente me sentía encerrado. 

Hoy tengo 47 años y aún sigo siendo probado, aunque no he vuelto a caer en cuadros fuertes de depresión, soy muy sensible con las personas que sí los padecen. 

Una de las razones que tuve para pensar que Jesucristo se había olvidado de mí, fue no gozar de Su ayuda justo cuando yo la deseaba, sin embargo, con el pasar del tiempo he podido darme cuenta de que Su tiempo es muy diferente al mío. 

Esto ha construido en mí, mucha confianza en Él y cada vez que he estado en mi Getsemaní, he mirado hacia atrás y me he preguntado algo diferente a ¿dónde estás que no te siento? Me he preguntado: ¿Alguna vez me has desamparado? La respuesta ha sido: nunca. 

Jesucristo nunca me ha dejado solo, sé que Él también se sintió abandonado, triste, desolado y que Su espíritu y Su cuerpo fueron llevados al límite de Sus fuerzas, pero aun así Él no fue abandonado por Su Padre, ni yo tampoco. 

Actualmente sirvo como obispo y gracias a este tipo de pruebas he podido entender con mayor empatía y sensibilidad a las personas que se sienten o se han sentido como yo me sentí.  

Él vive y Su amor por nosotros es inamovible, es interminable y nunca dejará de ser. Así que las veces que no veas una salida en tu camino y te sientas acorralado, siéntate a la sombra de un árbol imaginario, trata de obtener la mínima porción de esperanza y espera en silencio y con humildad, porque la ayuda sí llegará.