Hace más de un año, nuestra familia vivió el momento más triste de nuestras vidas al ver como Paola, nuestra hija menor, falleció debido a una trombosis pulmonar.
Esa noche me encontré ante la prueba más difícil y dolorosa que he tenido, l pérdida inesperada de mi hija de tan solo 28 años, dejando un vacío abrumador que puso a prueba mi fe. Carlos, mi esposo; Luciana, mi hija y yo nos sentíamos destruidos. No teníamos paz ni consuelo. Sé que tenemos un propósito en esta vida y la muerte es parte de nuestra experiencia mortal, pero no podía evitar pensar: “No era el momento para que mi hija partiera, ¿dónde estaba Dios?”.
Cuando oraba, le pedía a mi Padre Celestial que por favor me ayudara a comprender por qué mi hija había partido. No asistí varios domingos a la Iglesia porque pensé que mis oraciones no eran escuchadas y estaba muy triste. Durante los siguientes días, recibimos conmovedoras historias y mensajes de amigos, conocidos y aún de desconocidos, donde relataron cómo Paola había dejado una huella imborrable en sus vidas. Ella sin darse cuenta, había influenciado profundamente a muchas personas, al obedecer la voz del Espíritu que la guiaba para hablar con quienes necesitaban ayuda. Empecé a darme cuenta de que teníamos un verdadero ángel en nuestro hogar, que había cumplido su misión en esta tierra.
Un sábado, después de algunas semanas, nos visitó un consejero de la presidencia de estaca, quien con mucho amor nos exhortó a asistir a las reuniones dominicales. Esa fue una respuesta a mis oraciones, el Padre Celestial había enviado a uno de Sus siervos aquí en la tierra, para recordarnos que mi familia y yo éramos amados por Él y que estaba pendiente de nosotros. Asistimos a la Iglesia un domingo de testimonios. El Señor me dio las respuestas que necesitaba en cada testimonio que los hermanos compartieron. Las lágrimas corrían por mis mejillas, no sólo por la falta física de mi hija, sino por la fortaleza y consuelo que mi corazón estaba sintiendo en esos momentos.
En la clase de la Escuela Dominical, hablamos cómo el evangelio de Jesucristo es un bálsamo sanador para nuestras almas; en efecto, mi alma estaba siendo sanada, consolada con cada una de las cosas que los hermanos compartían. Sé sin ninguna duda que Paola ya había cumplido con los propósitos que nuestro Padre Celestial le había encomendado en este tiempo de probación. Sé que gracias a los convenios que he hecho en el templo, tengo la esperanza de volver a verla y estar con ella, así como con toda mi familia. Me encanta saber que la vida continúa después de la muerte. El templo es la Casa del Señor y ahí podemos sentir consuelo, paz, animar a nuestro espíritu e incluso sentir cerca a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros.
El amor de mi Padre Celestial y Su Evangelio son un bálsamo que alivia mi dolor y fortalece mi esperanza y testimonio al entender la doctrina de Jesucristo y Su Plan de Salvación.