El Señor aún se acuerda de mí: una experiencia sobre la ministración 

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'Y cuando hubo dicho estas palabras, lloró… y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos', 3 Nefi 17:21.


Muchas escrituras describen cómo Jesucristo dio de Su tiempo para ayudar y ministrar a los hijos de Su Padre. Aunque es difícil, decidí hacer un espacio cada semana para servir a los hijos de Dios como Cristo lo hizo. 

Un sábado por la noche, mientras descansaba con mi familia, medité cómo había ayudado esa semana a alguien. Me di cuenta de que no había tomado tiempo suficiente para ello. Entonces pregunté: 'Padre, ¿quién me necesita? ¿cómo puedo ayudarle?”. 

Mi oración fue escuchada y contestada al instante. A mi mente vino el nombre de la familia que era mi antigua asignación para ministrar. 

Decidí en el momento dejar lo que estaba haciendo e ir a buscarlos. Al llegar a su casa todo parecía normal, pero entonces todo cambió. Un miembro de esa familia me comentó las pruebas que estaba pasando y lo difícil que era afrontar esos desafíos en su vida. Con amor lo escuché y le dije lo especial que era para nuestro Padre Celestial. Además, le expresé lo mucho que me importaba. Al despedirnos el hermano dijo: '¡Qué bueno que el Señor aún se acuerda de mí!'. 

Esa experiencia me enseñó que la ministración es una bendición de dos vías: para la persona que necesita ser ministrada y ora en silencio por ayuda y para aquellos, como en mi caso, que pedimos al cielo ser instrumentos en las manos de Dios. 

Testifico que, al ministrar, no solo servimos al Señor, sino que obtenemos experiencias sagradas y podemos ver cómo Él se acuerda de Sus hijos.