Justo ahora que estamos iniciando un año nuevo, es un buen momento para renovar nuestros compromisos en la enseñanza del Evangelio a nuestros hijos. Una buena manera es tener un consejo familiar y establecer la meta en familia de leer las Escrituras todos los días.
Segunda parte
Recuerdo que cada año nuestra familia se reunía y establecíamos las metas anuales y hacíamos un cartel con las metas de la familia y lo colocábamos en una pared visible en la pequeña sala de la casa. Eso nos recordaba nuestro compromiso de estudiar las Escrituras todos los días en familia, de realizar nuestras noches de hogar cada semana.
Recuerdo que mi esposa Cecilia una vez incluso colocó una nota en el marco del televisor: ¿Ya leíste las Escrituras?
Como lo dijo el élder L. Tom Perry: “Cuán importante es que la enseñanza del Evangelio empiece desde el principio, desde que aceptamos a una nueva pequeña alma en nuestro hogar”. (véase “Instruye al niño”, Liahona, enero de 1989, pág. 77).
Los niños pequeños anhelan participar en la noche de hogar, el estudio de las Escrituras, las oraciones y los proyectos de servicio. El presidente Thomas S. Monson observó: “Hay personas que hacen a un lado estas responsabilidades, ya que piensan que éstas se pueden posponer hasta que el niño crezca. La evidencia revela que no es así. El momento óptimo para la enseñanza se esfuma”. (“Enseñemos a los hijos”, Liahona, enero de 1998, pág. 20).
Aun así, nunca es demasiado tarde para comenzar a enseñarles el Evangelio a sus hijos, o para empezar a hacerlo de nuevo. Quizás se nos presenten dificultades adicionales en el camino; pero el Señor siempre nos bendecirá por nuestros dedicados esfuerzos en enseñarles principios verdaderos y establecer prácticas rectas en su familia.
Si recientemente ha reconocido sus responsabilidades como padre, tenga esperanza. Ore, ejerza su fe y haga todo lo que esté a su alcance para acercarse a sus hijos y ejercer una influencia positiva en ellos.
El élder Robert D. Hales explicó: “Seguramente los padres cometerán errores en el proceso de la paternidad, pero por medio de la humildad, la fe, la oración y el estudio, toda persona puede aprender a superarse y, al hacerlo, traer bendiciones a los miembros de la familia ahora y enseñarles tradiciones correctas para las generaciones futuras”. (véase “¿Cómo nos recordarán nuestros hijos?”, Liahona, enero de 1994, pág. 10).
Me uno a la poderosa declaración que hizo el presidente David O. McKay y el presidente Spencer W. Kimball: 'Los padres son los maestros principales, y la mejor forma de enseñar es por medio del ejemplo. El círculo familiar es el lugar ideal para demostrar y aprender la bondad, el perdón, la fe en Dios y cualquier otra virtud del evangelio de Jesucristo.
'El padre es quien preside y quien tiene la responsabilidad mayor en el gobierno del hogar, pero sobre los dos, el padre y la madre, recae la responsabilidad de educar a los hijos. Ambos cónyuges deben dirigir la enseñanza de sus hijos, y se deben aconsejar y apoyar mutuamente. En este esfuerzo, los padres deben recordar el ejemplo claro que dio el presidente Kimball sobre la vela y el espejo, cuando dijo: 'Hay dos formas de irradiar luz: ser la vela o ser el espejo en el que se refleja su llama. Como padres, podemos ser ambas cosas’. (en Conference Report, Conferencia de Área de Estocolmo, Suecia, 1974, pág. 49).
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: 'Por supuesto, no hay ninguna garantía de que los padres rectos tengan siempre éxito en retener a sus hijos, y ciertamente pueden perderlos si no hacen todo el esfuerzo que puedan. Los hijos tienen su albedrío...
Por otra parte, si nosotros, los padres, no influimos en nuestra familia y ponemos a nuestros hijos en el camino recto y angosto, las olas y vientos de la tentación y el mal arrastrarán a nuestra posteridad desviándola y alejándola del sendero.
'Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.' (Proverbios 22:6.) De lo que sí estamos seguros es que los padres justos que se esfuerzan por establecer influencias correctas en la vida de sus hijos serán declarados inocentes en el último día, y lograrán salvar a la mayoría, sino a todos”. (Liahona, junio de 1984).
Finalizo con mi testimonio de la realidad de las bendiciones que se reciben cuando los padres cumplen con esta función divina. Los hermosos recuerdos que tengo de mi niñez son en una pequeña salita de un apartamento, sentados en familia leyendo el Libro de Mormón temprano por la mañana. Todavía siento en mi corazón esos cálidos momentos donde el Espíritu Santo testificaba que estábamos haciendo lo correcto. El amor y la armonía crecían a medida que seguíamos adelante perseverando en este hábito del estudio de las Escrituras en familia.
Que este año nuevo sea un año de renovación para que como padres nos comprometamos a hacer todo lo que esté de nuestra parte para hacer de nuestros hogares una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de Dios.