Las bendiciones de compartir el Evangelio 

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Los himnos de la Iglesia siempre han sido una importante bendición y una fuente de guía espiritual en mi vida. Recuerdo que en mi adolescencia canté por primera vez el himno “Tú me has dado muchas bendiciones, Dios” (Himno número 137). Al reflexionar sobre su inspirada letra, me sentí totalmente identificado con los sentimientos que el himno expresa. Como resultado de las impresiones recibidas, se fortaleció en mí, un profundo deseo de servir al Señor y de compartir las bendiciones del Evangelio con otras personas. A partir de ahí, comenzó una hermosa etapa de preparación para convertirme en un representante de Jesucristo.

 

Servir una misión de tiempo completo ha sido un ancla espiritual en mi vida. Aunque tuve la bendición de tener el Evangelio restaurado desde mi nacimiento, fue durante la misión que mi testimonio de Jesucristo y de Su Iglesia se fortalecieron. Como resultado del esfuerzo diario por compartir y predicar las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo, pude sentir una cercanía al Señor como nunca había sentido antes y mi amor por las personas, a quienes tuve el privilegio de enseñar, se ensanchó y se profundizó.

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Élder Walker cuando fue misionero de tiempo completo. Photo credit: Élder Alan R. Walker

Todo aquel que ha tenido la dicha de servir al Señor en una misión, sabe que los sacrificios hechos durante ese tiempo rápidamente se convierten en bendiciones incomparables. Finalmente, sentimos que estamos en deuda con nuestro Padre Celestial por el gran privilegio de servirle y de traer almas a Cristo.

 

Ahora, no solo representamos al Señor al servir una misión de tiempo completo. Cada miembro de la Iglesia ha hecho convenios con Dios que incluyen el “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9). Como miembros del pueblo del convenio, tenemos el privilegio y la bendición de compartir las verdades de salvación con otros y así ser instrumentos en las manos de Dios para llevar paz y gozo a las vidas de nuestros hermanos y hermanas. Al hacerlo, nuestros propios testimonios se fortalecen y nuestro gozo aumenta.

 

Al inicio del Libro de Mormón, leemos que Nefi fue bendecido con una visión de nuestros días, incluyendo la restauración de verdades claras y preciosas. El ángel vocero de esta visión, al referirse al establecimiento del Reino de Dios en esta última dispensación de los tiempos, expresó lo siguiente:

 

“Y bienaventurados aquellos que procuren establecer a mi Sion en aquel día, porque tendrán el don y el poder del Espíritu Santo; y si perseveran hasta el fin, serán enaltecidos en el último día y se salvarán en el reino eterno del Cordero; y los que publiquen la paz, sí, nuevas de gran gozo, ¡cuán bellos serán sobre las montañas!” (1 Nefi 13:37).

 

Testifico que vivimos hoy en ese día que Nefi vio y que nuestro es el privilegio y la bendición de compartir el Evangelio restaurado, para publicar la paz hacia todos los que Dios pone en nuestro camino. “Compartir el Evangelio brinda paz y gozo a nuestras vidas, aumenta nuestra capacidad de amar a los demás y preocuparnos por su bienestar, aumenta nuestra propia fe, fortalece la relación que tenemos con el Señor y mejora nuestra comprensión de sus verdades” (“Demos a conocer el Evangelio”, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, capítulo 24).

 

Algunos principios que nos llenan de esperanza y que pueden proporcionarnos mayor ánimo para compartir el Evangelio, son aquellos que aprendió Thomas B. Marsh, un converso recién llamado a predicar el Evangelio. A Thomas el Señor le prometió que, a causa de su gran fe en Su obra, su lengua sería desatada, sus pecados serían perdonados y su familia sería bendecida. (Doctrina y Convenios 31:3-5) Ciertamente estas son bendiciones que todos anhelamos gozar, las recibiremos en proporción a nuestros esfuerzos de invitar a todos a venir a Cristo y abrazar las verdades eternas de Su Evangelio.

 

Creo que de particular interés es la promesa del Señor de perdonar nuestros pecados más prontamente, si nos esforzamos en traer almas a Él. En la sección 4 de Doctrina y Convenios, se nos dice que si servimos al Señor en la obra misional “con todo [n]uestro corazón, alma, mente y fuerza”, podremos aparecer “sin culpa ante Dios en el último día” (versículo 2). Adicionalmente, en Doctrina y Convenios 84: 61-62, leemos: “porque yo os perdonaré vuestros pecados con este mandamiento: Que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad y en el espíritu de oración, en dar testimonio a todo el mundo de las cosas que os son comunicadas. Id, pues, por todo el mundo; . . . para que de vosotros salga el testimonio a todo el mundo y a toda criatura”.

 

Grandes son las bendiciones de nuestro Padre Celestial por dar a conocer el Evangelio de Su Hijo y por esforzarnos a invitar a todos a venir y ver, a venir y participar, y a venir y permanecer. Sé, sin ninguna duda que, si somos valientes y firmes en el testimonio de Jesús, las bendiciones prometidas en las escrituras serán una realidad en nuestras vidas. Ruego que el Señor les bendiga en este esfuerzo y que guíe sus caminos.