Nací en la ciudad de Trujillo, Colón, ubicada en la costa norte de Honduras, de padres
católicos de donde recibí mis primeras enseñanzas en cuanto a Cristo. A la edad de 15 años, comenzaron a invadir mi mente algunas preguntas tales como: ¿qué sostiene las estrellas y la luna?, ¿dónde está Dios?, ¿tiene Él forma?, ¿para qué estoy aquí? Recuerdo que miraba al cielo y repetidas veces me hacía estas y otras preguntas.
Un amigo recibió una invitación para escuchar una charla, así que él me invitó a ir con él. La invitación provenía de una joven miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En la primera charla conocimos al élder Robinson y al élder Gámez, quienes nos entregaron un ejemplar del Libro de Mormón. Después de esto nos reuníamos cada día. Al principio me costó creer en lo que decían, y era debido a que no me había tomado el tiempo para orar y preguntar a Dios si era verdad lo que enseñaban. Pero fueron pacientes y una y otra vez nos invitaron a orar.
Personalmente no pensé que Dios pudiera oír y mucho menos contestar oraciones, pero entonces una tarde mientras meditaba en cuanto a su invitación
de orar, tomé el Libro de Mormón en mis manos, lo abrí y comencé a leer, luego en esa callada tarde me arrodillé en mi cuarto y pregunté a Dios si lo que había leído provenía de Él.
La respuesta no se hizo esperar, un sentimiento muy profundo vino a mi mente y a mi corazón. Cada vez que busco describirlo me encuentro con que no hay palabras para ello. Mas todos tenemos la misma oportunidad y derecho de experimentarlo.
Me bauticé 15 días después de la primera charla. Tenía para entonces 17 años. Recibí mucho apoyo de cada uno de los miembros de la rama Trujillo. En especial mucho apoyo de las organizaciones de los Hombres y Mujeres Jóvenes y de la Sociedad de Socorro.
Serví una misión de tiempo completo en la misión Guatemala Norte (2002-2004). Esto ayudó a fortalecer mucho más mi testimonio al invitar a otros a sentir lo mismo que yo y experimentar las respuestas de un Dios vivo.
Regresé de la misión y nueve meses después contraje matrimonio con una joven en el templo del Señor y ahora somos padres de dos bellas hijas, Abril y Ariel, a quienes enseñamos a creer en un Dios que salva, un Dios que escucha, un Dios que contesta, que está atento a las preguntas de toda persona que con un corazón sincero lo busque.
A este punto no sé la respuesta a todas las cosas, pero sé dónde hallarlas. El Señor es maravilloso, Su bondad no tiene explicación humana. Su misericordia es infinita. Mi mayor deseo es vivir muy cerca de Él y de Su Hijo Jesucristo en compañía de familiares y amigos.