Mi cuórum

Un cuórum del sacerdocio en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Para mí, ellos son mis amigos casi como miembros de mi familia, y los amo y cuido como tal.


La clase del cuórum de élderes es una experiencia enriquecedora, sobre todo cuando cada miembro se siente parte de algo eterno. Padres, esposos, misioneros retornados, sumos sacerdotes, futuros misioneros, misioneros de tiempo completo, miembros menos activos, recién conversos— todos nos sentamos a conversar en el salón más pequeño de la capilla los asuntos espirituales, compartir experiencias y generar opinión de las escrituras. La perspectiva de cada miembro da a la clase un rumbo singular, capaz de conectarse con nuestras necesidades personales y grupales.

 

Nos sentimos tan familiarizados los unos con los otros que hasta intuimos el tipo de preguntas o comentarios que se formulan. La clase es un momento ameno; nuestros trabajos en ocasiones evitan que nos reunamos para las actividades que cada vez son menos frecuentes, y necesitamos desarrollar mayor amor al servir como ministros unos de otros tal como lo hizo el Señor.

 

La Primera Presidencia en su carta sobre ministrar enfatiza:

 

“El ministerio del Salvador ejemplifica los dos grandes mandamientos: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente’ y ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mateo 22:37, 39). En ese sentido, Jesús también enseñó: ‘Vosotros sois aquellos a quienes he escogido para ejercer el ministerio entre este pueblo’ (3 Nefi 13:25).”

 

Los domingos cuando nos reunimos, nos sentimos entre amigos, colegas o inclusive familia. Cuando uno de nuestros hermanos falta, el cuórum siente su vacío y se habla en cuanto a planes para ministrarlo y fortalecerlo, o en otras palabras amarlo y servirle.

 

Mi cuórum está lejos de ser perfecto: no siempre cumple con sus objetivos, no siempre sale a la hora, tenemos muchas debilidades. Pero para mí, ellos son mis amigos casi como miembros de mi familia, y los amo y cuido como tal. En esos pocos minutos que tenemos de clase, llegamos a sentir como cuórum un poco de eternidad.