Mi llamamiento misional

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A pesar de que mis padres habían entrado a las aguas bautismales, cuando yo apenas tenía un año, era necesario que yo obtuviera mi propio testimonio del Evangelio restaurado.  

Cuando era joven jugaba en un equipo de fútbol los sábados, pero por algún motivo la mayoría del equipo decidió pasar los juegos al domingo; así que tenía que tomar una decisión, seguir jugando o continuar en la Iglesia. Decidí orar al respecto y pedir a nuestro Padre Celestial que me dijera que era lo mejor para mí.  

La respuesta la recibí un día por la mañana después de asistir a una clase de Seminario de la Iglesia, iba caminando y cantando un himno, “Hay un hogar eterno”. Mientras caminaba, me embargó un sentimiento tierno pero fuerte dentro de mi corazón. Decidí cantar más fuerte y con mayor devoción de manera que mis ojos se llenaron de lágrimas y por todo el camino sentía henchirse mi pecho de ese gozo que proviene del Espíritu Santo.  

Esa fue la primera vez que tuve tal experiencia, a la vez era la respuesta de lo que tenía que hacer, así que devolví el uniforme del equipo y abandoné a mis amigos de la cuadra para afianzarme con amigos de la Iglesia. Me acerqué más a las actividades de la Iglesia y paulatinamente aumentó un deseo sincero y muy fuerte de cumplir una misión de tiempo completo para la Iglesia, así que empecé a prepararme con lo que era necesario.  

Años después me asignaron a la Misión Guatemala Quetzaltenango, el 29 enero de 1979. Para despedirme, mi familia cantó el himno “Para siempre Dios esté con vos”. Mientras cantábamos el coro donde dice “hasta ver, hasta ver, hasta vernos con el Rey…” no pudimos continuar, porque todos empezamos a llorar, aun en este momento que lo recuerdo, mis ojos están con lágrimas y mi corazón rebosa de gozo y gratitud.  

Durante 24 meses viví experiencias preciosas entre gente maravillosa a quienes llegué a respetar y a amar de todo corazón. Tuve muy buenos compañeros con quienes aprendí muchas cosas. Mientras venía de regreso a casa luego de terminar mi misión, mis ojos no podían contener las lágrimas que salían constantemente de mi interior. Yo venía pensando y deseando ser misionero toda mi vida, venía recordando cada área, cada persona que conocí y tantas veces que sentí el Espíritu Santo.   

Pude darme cuenta de que obtuve mi propio testimonio de esta obra maravillosa, de la restauración del Evangelio por medio del profeta José Smith, de la dirección de la Iglesia por medio de un profeta viviente y de toda verdad que hay en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.