Nací en la Ciudad de Guatemala el 16 de julio de 1986, tengo una hermana, dos sobrinos, once tíos y una enorme familia.
Aunque vi la luz de la vida en esta tierra en esa fecha, diría que nací el 04 de mayo del 2013. Ese fue el día en que me bautice y me convertí en miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Todo empezó gracias a una maravillosa joven, que a pesar de conocer mi estilo de vida, tuvo el valor de decir: “Soy Mormona”. Aunque no fue hasta cuatro años después que decidí ir por primera vez a la Iglesia. Ese día fue el 14 de abril del 2013, lo recuerdo claramente. Llegué a la capilla Las Victorias. Poco a poco me acerqué a la entrada y cuando finalmente ingresé, el sentimiento fue maravilloso. Sentí como si alguien me abrazara por la espalda y me dijera: “Tranquilo, todo estará bien”.
En esos momentos atravesaba una etapa muy difícil de mi vida. Llevaba una vida desorientada y parecía que caía en picada a un abismo sin retorno. No es fácil estar rodeado de gente y sentirse al mismo tiempo solo.
Al entrar al salón sacramental, pude experimentar lo que, estoy seguro, sienten los misioneros al retornar a sus barrios, me sentí en casa, no me sentía extraño, ni fuera de lugar. Me sentía en el lugar correcto. Era domingo de ayuno y testimonios, así que uno a uno pasaron los hermanos. Mientras los escuchaba testificar de la veracidad del evangelio, pude sentir que no mentían, que cada palabra era verdad. Al terminar la reunión sacramental fui a la clase de principios del evangelio; justamente la clase trataba del Plan de Salvación.
Al escuchar el plan, pensé que eso era lo que yo siempre había creído. La felicidad invadió mi ser y supe que estaba en el lugar correcto. Al salir de las reuniones me presentaron a los misioneros, platicamos por un par de minutos y no pude resistir más, entonces les dije, ¿Élderes, qué debo hacer para bautizarme? Pensé que había dicho algo malo, pues la sorpresa en el rostro de los misioneros fue espectacularmente evidente, entre sonrisas y tartamudeos me explicaron lo que debía hacer para bautizarme. Decidí iniciar el cambio en mi vida ayunando ese mismo domingo.
Las semanas pasaron, recibí las charlas, asistí a la capilla y finalmente llegó el día, fue el sábado 4 de mayo de 2013, el día en que nací de nuevo. Decidí llevar a mi mamá a la capilla conmigo para compartir tan especial y maravilloso momento. Al verme vestido de blanco sus lágrimas fueron más que evidentes. Jamás olvidaré ese día, fue tan hermoso.
Al salir de la capilla mientras íbamos de regreso a casa, mi mamá me dijo: “Debo confesarte algo”, y fue justo en ese momento que la sorpresa más grande del día apareció, lo que mi mamá me dijo fue lo siguiente: “Yo soy miembro de la Iglesia”. Vaya sorpresa la mía, mi mamá tenía más de 25 años inactiva, no fue sencillo pero pocos meses después mi mamá se reactivó, mi sobrino se bautizó, se me confirió el Santo Sacerdocio de Melquisedec y algunos amigos tomaron también la decisión de bautizarse.
Con el paso de los meses pude entrar al templo, al hacer la obra por mi papá y muchas otras personas. Pude sentir el gozo y el agradecimiento de ellos hacia mí. Hace unos meses tuve el maravilloso privilegio de entrar con mi mamá al templo y recibir mis investiduras. ¡Qué momento tan maravilloso!
Este es sólo un pequeño fragmento de mi pequeña historia. Sé sin ninguna duda que esta es la obra del Señor. Lo sé porque puedo verlo y vivirlo. Nadie más que Él pudo sacarme del abismo en el que me encontraba. Testifico que somos hijos de un Padre Celestial que nos ama. La obra misional es sin duda alguna el puente que nos lleva a reunirnos como hermanos en este maravilloso evangelio. Creo plenamente en el plan de salvación y sostengo a nuestro profeta y autoridades en la Iglesia. Es sin lugar a dudas un invaluable privilegio ser poseedor del Santo Sacerdocio, del cual doy testimonio. Amo este evangelio así como a José Smith y los pioneros que dieron su vida para que pudiéramos gozar de todas estas bendiciones.
Ha pasado poco más de un año, pero siento como si hubiera pasado más tiempo. Soy feliz y sé que cuando llegue el momento, regresaré a la presencia de mi Padre Celestial. No me siento un extraño. Sé que éste es mi lugar. No cambiaría nada de lo que viví en el mundo por este maravilloso evangelio. Por fin puedo decir con toda seguridad que estoy de vuelta en casa.