Ministrar como Cristo ministró

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El milagro en el estanque de Betesda.

La ministración es exactamente hacer lo que hizo el Salvador, levantar a aquellos que necesitan fortaleza y consuelo, hacer que las personas sientan que, aunque hay pruebas y hay dificultades, siempre otra persona está dispuesta a extender su mano.


Durante su ministerio terrenal, el Salvador dio el ejemplo de ministración para su Iglesia. Su objetivo principal consistía en servir a su Padre Celestial, ayudar a sus hijos a entender la Doctrina y vivir Su evangelio. Él amaba a los que enseñaba y servía demostrando su amor por medio de darles aliento, al corregirlos con claridad, al darles responsabilidades y oportunidades de crecer por medio del servicio.

 

Uno de los milagros que más me emociona al leerlo y meditarlo sucedió cuando sanó a un paralítico en un día de reposo en el estanque de Betesda, milagro que se registra en Juan capitulo cinco. Inicia en el verso tres cuando uno pone en contexto lo que allí acontecía: “En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua”. Si podemos imaginar esa escena podemos vislumbrar un lugar triste, un ambiente de lamento, un lugar de soledad, pues todos estaban enfermos, pero algo sí era seguro, las personas estaban allí porque deseaban sanar sus enfermedades, porque creían que un milagro en su vida era posible”.

 

El verso cuatro dice: “Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; y el primero que descendía al estanque después del movimiento del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”. Sanos de cualquier enfermedad, eso era algo por lo que valía la pena estar allí, valía el tiempo de espera.

 

Pero centrándonos aun más en la escena, ahora podemos poner atención al verso cinco: “Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo”. En nuestro tiempo acá en la tierra, treinta y ocho años es mucho tiempo, treinta y ocho años de no poder moverse, no poder ser independiente, treinta y ocho años de que algunas personas talvez lo vieran con desprecio y murmuraran entre sí, añadiendo más dolor en el espíritu de aquel cuyo cuerpo casi inerte deseaba un milagro en su vida.

 

Verso seis: “Cuando Jesús vio a este acostado y supo que ya hacía mucho tiempo que estaba así, le dijo: ¿Quieres ser sano?”. Si la pregunta fuera hecha a usted, ¿qué respondería? Me imagino que inmediatamente diría “sí, quiero ser sano, por eso estoy aquí”. Sin embargo, en la respuesta de este hombre hay algo que nos puede demostrar la importancia de ¡escuchar!, escuchar las palabras que no se dicen, pero sí las necesidades y súplicas que se elevan, en otras palabras, “escuchar las impresiones del Espíritu Santo”.

 

Verso siete: “Señor, le respondió el enfermo, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua, porque entretanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Él estaba dando una respuesta que nos demuestra la indiferencia que muchas veces manifestamos. Pueden imaginar la escena al regresar al verso tres donde mencionan que “yacía una multitud de enfermos”, ¿cuál era la dolencia? No dice, pero en mi mente puedo imaginar a alguien que tenía una dolencia, pero podía caminar. También dice que habían “ciegos”, estas personas, aunque la vista es su dificultad, desarrollan algunos sentidos y atributos que les permiten movilizarse. Además, habían “cojos”. ¿Aun cuando hay dificultad al caminar, todavía así se pueden movilizar… pero el paralítico? Tal vez podemos imaginar a este hombre empuñando sus manos y ponerlas en el frio o polvoriento piso y con las fuerzas de sus brazos arrastrar su cuerpo paralizado y su corazón guardando la esperanza que un día en algún momento podrá finalmente llegar primero al estanque. Lo triste es que aún ese enfermo, ese ciego, ese cojo podrían haber dicho en su mente, y no juzgo lo que pudieran pensar, “yo puedo llegar, yo puedo usar lo que tengo para ayudar primero a ese hombre paralítico a entrar al estanque y luego yo en otro momento poder entrar también y ser sanado”.

 

Mostrando su amor y su compasión, nuestro Señor y Salvador actuó en el verso ocho y nueve: “Le dijo Jesús: Levántate, toma tu lecho y anda. Y al instante aquel hombre quedó sano, y tomo su lecho y se fue caminando…”

 

La ministración es exactamente hacer lo que hizo el Salvador, levantar a aquellos que necesitan fortaleza y consuelo, hacer que las personas sientan que aunque hay pruebas y hay dificultades, siempre otra persona está dispuesta a extender su mano aún cuando ella misma necesite fortaleza, pero el amor de Cristo que está en el corazón de esa alma bondadosa le permitirá ser las manos de nuestro Señor Jesucristo, y por medio de él o ella el corazón que anhela y que muchas veces se pregunta “¿Padre Celestial estás allí?”, reciba una respuesta que le ayude a sentir el maravilloso amor del Padre y entonces como dice la escritura “se fue caminando”.

 

Nuestro profeta, el Presidente Russell M. Nelson, dijo en la conferencia de abril de 2018: “Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor será siempre un esfuerzo organizado y dirigido a ministrar a los hijos de Dios individualmente y a sus familias. Puesto que esta es Su iglesia, nosotros, como sus siervos, hemos de ministrar a la persona en particular, tal como Él lo hizo. Ministraremos en Su nombre, con Su poder y autoridad, y con Su amorosa bondad” (Russell M. Nelson, “Ministrar con el poder y la autoridad de Dios”, Liahona, mayo de 2018, pág. 69).

 

Testifico que, al ministrar, realmente nos convertimos en discípulos de Jesucristo, “Porque el Padre me ha levantado para venir a vosotros primero, y me envió a bendeciros… y esto, porque sois los hijos del convenio”. 3 Nefi 20:26.

 

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