La transformación de un corazón que aceptó una invitación para ir a la Iglesia.
Hace ocho años mi vida era diferente. Durante mis estudios universitarios tenía buenos amigos, Ovidio era uno de ellos. Ovidio me invitaba con frecuencia a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a la cual él pertenecía. Aunque sus intenciones eran buenas, la religión no era importante en mi vida y por eso no acepté sus invitaciones.
Pasado un tiempo, conocí una chica extraordinaria en la universidad, desde el primer día sentí una conexión especial con ella, nuestra amistad se fortaleció con el tiempo.
Con el pasar de los años, sentía mi vida vacía, mi alma y mi espíritu se deterioraban rápidamente. Necesitaba algo significativo. Un buen día, Ovidio me invitó a su boda, pero no pude asistir. Ovidio no se rindió y me contacto para invitarme de nuevo a la Iglesia; esta vez acepté acompañarlo un domingo.
Recuerdo con claridad ese día. Durante la reunión sacramental, escuché un himno que conmovió mi corazón. Sentí la presencia del Espíritu y supe que necesitaba aprender más del Evangelio y estar en ese lugar. Comencé a asistir a las reuniones y participé activamente, hasta que llegó el momento de mi bautismo.
Luego cada jueves, asistía al templo para realizar bautismos vicarios. La visita al templo despejaba mi mente y me brindaba soluciones a los desafíos que enfrentaba.
En una de esas ocasiones, un hermano me preguntó sobre el matrimonio, el recuerdo de aquella compañera de universidad vino a mi mente. Para mi sorpresa, al día siguiente, ella me contactó para contarme que había soñado conmigo y acordamos reunirnos. Descubrí que ella también era miembro de la Iglesia, formalizamos nuestra relación y nos casamos. Ahora somos bendecidos con dos hermosos hijos, Monserrat e Isaac.
Una invitación sencilla pero constante, cambió mi vida por completo.